martes, 21 de junio de 2011

La princesa que no encajaba

   Erase una vez un reino lleno de luz y armonía donde todos los habitantes se sentían plenos y felices, tenía grandes praderas verdes, paisajes llenos de colorido, aldeas blancas y ordenadas, un río de agua cristalina y un lago que abastecía de pescado a todo el reino, había un fabuloso castillo en el que no faltaba ni un solo detalle pero el rey y la reina no llegaban a sentirse del todo felices, pues no tenían heredero a la corona por tener sólo descendencia femenina y reconsideraban que una mujer no era merecedora de ser coronada reina ni estaba preparada para dirigir a su pueblo, pero por mucho que lo intentaron solo consiguieron tener una prole de doce encantadoras y hermosas mujercitas. Cuando la reina no pudo tener más hijos, tomaron la decisión de encontrar un buen marido para la mayor de sus hijas, Catalina, con tan solo 16 años ya podía ser desposada con un príncipe merecedor de tan bella dama.
   Los reyes dieron la orden de pregonar por todos los reinos vecinos la celebración de una fiesta en palacio para presentar a su primogénita en sociedad invitando a reyes vecinos y descendientes barones, en tan sólo cuatro lunas la princesa Catalina debía ser casada y coronada.

   A la fiesta acudieron toda la nobleza que jamás se había reunido en todos los tiempos con el fin de ser elegidos merecedores de los encantos de tan deseada doncella y poseedores de una fortuna inmensa, la mayor de todos los reinos hasta entonces constituidos. Llegaron duques, condes, príncipes, caballeros armados, barones, marqueses, incluso obispos y el mismísimo papa. La princesa engalardonada con sus mejores atuendos se contoneaba por el salón acompañada de sus padres y hermanas decidiendo cual de tan elegantes caballeros le gustaría compartir para siempre  castillo, alcoba, y el resto de su vida... aunque las hormonas en plena revolución la tenían desconcertada, ansiosa y deseosa, no era capaz de decantarse por ninguno en particular y siguiendo el consejo de su vieja madre optó por fijarse en las riquezas que aquellos embaucadores ambiciosos de poder ofrecían como dote para la novia.

   Tras una larga deliberación los reyes encontraron al candidato perfecto, alto, guapo a la vez que atractivo, de inmensa fortuna recaudada en largas batallas, Príncipe de Bration, y Coronel del Ejército Real... La boda duró seis días y la princesa se sentía como en un nube de algodón entre tantos elogios, regalos y admiración pero era consciente de que algo no iba bien, no sentía aquello que tantas veces le habían contado llamado amor... no sentía la necesidad irrefrenable de besar a su recién estrenado marido, no lo admiraba tanto como para querer fugarse con él, no ardía en deseo cuando sus ojos se clavaban en él, no sentía las mariposas de las que le hablaron que tantos sueños le hicieron tener, las riquezas no llenaban sus vacíos, y los parajes no enriquecían su corazón...

   Transcurrieron tres largos años para la princesa Catalina y aunque siempre creyó en los cuentos de adas, príncipes azules, y finales felices no era este su caso; no entendía como algo tan raro como era aquello que hacía por las noches en la intimidad podía ser anhelo de muchas jovencitas de su edad e incluso de alguna de sus hermanas,  aunque ya tenía dos hijos a los que adoraba, no encajaba bien tener que dedicarse en cuerpo y alma a su marido y los quehaceres del castillo.  Sus ojos veían más allá de lo visible y tenía la destreza de poder plasmarlo sobre un trozo de papel o de tela, pero no era capaz de ponerse a disfrutar de tan preciado talento, se sentía vacía, no encontraba su lugar en el mundo.

   Todos adoraban al nuevo rey, era justo en su reinado y bondadoso, y muy cariñoso con su esposa e hijos, pero cada día que pasaba para Catalina era mayor el desprecio que sentía hacia su rey, repudiaba su cuerpo y su aliento aunque sumisa aceptaba su destino, aunque segura de no encajar en su papel no hacía nada para salirse de él. 

   Un caluroso día de verano bajó la joven reina con sus hijos al lago a jugar y cuando la calor apretó y la ropa empezó a estorbar decidió liberarse de ataduras y refrescarse en aguas tan cristalinas y apetecibles... cuando se percató que unos ojos negros la observaban tras unos matorrales; furiosa agarró a la que resultó ser la propietaria de dichos ojos y la inmovilizó en el suelo como si artes marciales conociese, quedando impresionada al descubrir que de barón no se trataba.

   Martina tenía 18 años, por sus ropas parecía criada de palacio o sirvienta en la cocina, siempre sintió especial predilección o adoración por la princesa Catalina y solía seguirla, observarla, copiar sus movimientos,  sentía que algo la unía a ella y no sabía controlar ese instinto animal que le salía cuando la veía.  Catalina la miró a los ojos, algo pasó en su cuerpo, se le erizó el vello, sintió un escalofrío, sus pupilas se dilataron y su vientre se estremeció. Se asustó, pensó que la había hechizado con sus ojos negros, que era una bruja que quería hacerle daño, pero fue incapaz de apartar la mirada y un sentimiento de paz la inundó por completo. La levantó del suelo con delicadeza, le sacudió su vestido rojo y sin mediar palabra la joven partió corriendo avergonzada.

   Algo ocurrió en Catalina, ya no era la misma, estaba hechizada por esos ojos, y no podía dejar de pensar en ellos. Insconcientemente anhelaba esa mirada limpia, deseaba cruzárseladonde se estaba limpiando, salía al granero para ver fabricar el pan, ayudaba en los establos, pero no conseguía verla...  sin percatarse que Martina la observaba desde muy cerca. 

    Una noche de otoño Catalina salió de su alcoba para pasear por los jardines y mirar la luna, le servía de huida, su pensamiento la llevaba a imaginarse en otro lugar, en otra época, con otra compañía, la llevaban a estar con esos ojos y aquella noche la luna llena se los devolvió. No iba a permitir que se esfumaran como la primera vez, la cogió por el brazo, la acercó hacia su pecho y la amarró contra ella cara a cara, se miraron.....  se besaron. Aquella noche Catalina encontró su lugar en el mundo junto a Martina, cambió las leyes del reino donde las mujeres tenían los mismos derechos que los hombres y podían gobernar, los matrimonios se deshacían con la misma cordialidad que se unían, las personas elegían libremente a quien amar. Catalina dejó de creer en príncipes azules para empezar a amar a princesas rojas.  


   Nota: Inventado por Lola Centeno.

4 comentarios:

  1. Maricarmen Diaz Contreras PRIMAAAAAAAAAA!!!! MADRE MIA QUE CUENTO MAS BONITO,PRECIOSO, QUE VIVA EL AMOR!!!!!

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  2. Nanuk, preciosa historia no podía dejar de leer entusiasmada a ver como terminaba, me ha encantado.Besos

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