lunes, 18 de abril de 2011

De nuevo amanece¡

    Estaba decidido, tenía que acabar con este dolor que me oprimía el pecho y me dejaba sin respiración...
y tras un largo periodo de resignación y reflexión he decidido que no puedo más, que nada tiene sentido, que la vida es un engaño y todo lo que me enseñaron es mentira.

   Llevo cinco años de mi vida esperando un cambio, algo a lo que aferrarme y me ilusionara lo suficiente como para que fuese mi salvavidas, pero no llega, y mi paciencia se agota como la arena en un reloj. Cada mañana es una cuesta arriba, a pesar de estar rodeado de gente me siento solo, muy solo, no hablo con nadie, no me relaciono (la verdad es que no me interesa), y lo peor de todo es que ya no sonrío...
   Cuando me miré en el espejo aquella mañana, no me gustó lo que vi, sólo pensaba en descargar mi rabia. El trabajo es un punto a sumar a toda la mierda que llevo arrastrando, aliciente cero, recompensa cero, entretenimiento cero, y para colmo el gilipollas de mi jefe me trata como si no existiera, me ningunea, hasta tal punto que ni me reprocha no entregar los informes dentro de plazo.
  En casa más de lo mismo, ya no me soportan, así que hace tiempo que empezaron a hacerme el arco, cosa que agradecí. Quería estar solo de verdad, sin ruido, ni vocecitas reclamando atención constantemente, ni sintonías de telebasura, sólo con mis pensamientos... así que decidí esconderme en el trastero, adecuarlo a mi comodidad sin excesos pues no pretendía que fuese agradable para así evitar que se presentaran visitantes dispuestos a compartir territorio, fue entonces cuando encontré un poco de paz¡

   No duró mucho. El tiempo que tardé en sentarme en un viejo y roñoso sillón que acomodé con mucho esfuerzo en un rincón, pensé que era lo que necesitaba, pero estaba equivocado. Seguí buscando sin hallar nada que me pudiera sacar de mi trance, de mis reflexiones absurdas que no conducían a ninguna parte... 

   Y todo porque aquel día me crucé con aquella mujer, morena, delgada, elegante, de piel canela, de melena larga y ondulada, llevaba tacón alto y la mirada se me perdió entre sus piernas, parecían  no tener fin... vestía un vestido de punto gris ceniza lo suficientemente ajustado a su cuerpo para dejar constancia de su majestuoso contorno, donde la imaginación podía jugar malas pasadas si te la entretenías demasiado en sus andares. Me embriagó con su perfume y me deleitó con su sonrisa, entonces fue cuando me dí cuenta que  ya estaba perdido.


   He de confesar que la seguí, llamé a mi dentista para anular la cita y esa hora robada la dediqué a conocer a esa mujer de paso seguro y firme. No pensé en mi mujer. Me asusté cuando me dí cuenta que parecía un obseso de esos que aparecen en las películas de sobremesa, pero mi curiosidad iba mas allá de desistir por un estúpido pensamiento. Compró el pan, saludó a alguien conocido sin mucho énfasis, se metió en un soportal del barrio antiguo y yo con ella, y su voz me pareció la mas dulce jamás escuchada cuando me preguntó a que piso iba..., el ascensor se paró en la segunda planta, y tras investigar en los buzones descubro su nombre, LENNY CAREBY, 2º C... No hay nadie más, vive sola, sonreí y me marché satisfecho de mi trabajo policial.

   Cada mañana sacaba una hora para encontrarme con ella, (el idiota de mi jefe no se iba a dar cuenta de todas formas), la esperaba en la esquina escondido estratégicamente para no ser visto, la seguía por la ciudad, quería saberlo todo de ella, donde trabajaba, con quien se relacionaba, con quien reía, a quien amaba...


   La fijación por aquella chica, Lenny, me hizo hacer todo tipo de locuras hasta que la conquisté y tuvimos un intenso y corto romance de los que ni siquiera un poeta pudiera hacer referencia en el papel. Sí corto, muy corto, tan solo dos meses de auténtica pasión, porque tras esos dos meses me confesó que pensaba volver con su pareja de la que estaba perdidamente enamorada y no podía seguir con lo nuestro, así que me dejó tirado, como una colilla cuando se consume el cigarro sin haberle dado ni una calada.

   Desde entonces aparecen dos nombres en el buzón, de chicas los dos, y aunque pensé que era un truco malo se me partió el alma en mil pedacitos el día que las vi cogidas de la mano.

   Desde entonces todo va mal, mi vida entera va mal y ahora sé como arreglarlo todo.






                                                           Continuará...


   Nota: Cuento creado por Lola Centeno