lunes, 6 de agosto de 2012

EL TRAJE DE LAS CELEBRACIONES




      Llevo puestos mis zapatos de la suerte. El día que decido ponérmelos todo me sale bien y hasta ahora todo ha ido bien... no ha sido un día espectacular pero ha marchado sin problemas, sin estreses, sin complicaciones, aunque aún queda día para disfrutar y mejorarlo..., sólo son las 6 de la tarde.

    He decidido sentarme en el césped, el aire gustoso me acaricia los hombros, las pantorrillas y la nuca, mi vestido vaporoso se lo pone fácil; huele a limpio, seguramente me llega el olor de aquellas sábanas blancas que veo tendidas a lo lejos. El sol estival hoy hace tregua y suaviza su fuerza para poder disfrutar de un día algo más fresco que los anteriores. Sigo leyendo aquel libro que me recomendó aquel tipo amable del autobús, para ser de segunda mano no está mal conservado aunque me molesta que tenga alguna que otra anotación. Me gusta, me está enganchando la historia y puedo aplicarla a mi vida para mejorar alguna que otra cosilla en el terreno laboral... interesante.


   Un extraño se sienta cerca de mí sin llegar a romper la distancia prudencial que hace que siga siendo claro que no hemos venído juntos, le observo, lleva un traje oscuro desaliñado de esos que se guardan para las ocasiones y cuando llega la ocasión de ponértelo no te abrocha o se ha pasado de moda..., sin corbata, zapatos limpios, tiene la mirada perdida aunque no quita la vista de dos chiquillos revoltosos que lo acompañaba, ¿serán sus hijos? parece joven para tener hijos de casi diez años que podría tener el mayor... si lo son., un "papá ven" ignorado lo demuestra. También parecen haber sido sacados de la película "Novia a la fuga" con sus minitrajes, no paran de pegarse, insultarse y arrancarse las ropas pero como de broma, un juego algo extraño ya que no llegan a hacerse daño, ríen y yo con ellos.

   Intento centrarme en mi lectura pero el quejido de los chiquillos me lo impide así que decido alejarme algunos metros para volver a encontrar mi paz. No tardan ni 0,2 segundos los niños en estar rondándome de nuevo sin que el padre apuesto diga ni media palabra. Me levanto de nuevo y vuelvo a cambiar de zona algo más lejana sin llegar a tener éxito. Los gritos se oyen por todo el parque, la revolución ya supera límites que cualquier padre normalito ya hubiera puesto fin, sin embargo el papá ya no tan apuesto a mi parecer sigue allí sentado sin prestar atención, con la mirada distraída sin hacer caso al desastre medioambiental que están provocando sus pequeños monstruos. 

   Sólo puedo hacer dos cosas, largarme o quedarme lo más alejada posible, dejar de prestarles atención y profundizar en mi lectura; opto por la segunda opción, pero una enorme bola de barro termina su trayecto justo encima de mi nalga ensuciando completamente mi vestido verde de florecillas blancas. Mi humor deja mucho que desear en este preciso momento al ver que el padre del traje de celebraciones no mueve un dedo para venir (que mínimo) a pedirme disculpas. Me levanto con el aire del que quiere cortar cabezas y los miro fijamente, me ignoran como si fuera un fantasma y la única que no lo supiera fuera yo misma... les grito, les amenazo y ni por esas llamo la atención ni de ellos ni de su desvergonzado padre que sigue tumbado en el césped ahora con los ojos cerrados, sé que no duerme porque el balanceo de su pié le delata . Ahora entiendo la mala educación de estos zagales.

   Con el día arruinado (quizá por quitarme mis zapatos de la suerte) decido calzarme e ir en busca del pésimo tutor que tienen estos dos futuros delincuentes, y aunque no sé a que me enfrento ya que puede ser mucho peor el remedio que la enfermedad visto lo visto, decido proponerles que sean ellos los que se vayan ya que han perturbado la paz de toda criatura viviente que se encontrara en el parque aquella ya no tan agradable tarde.
  
      -Disculpe señor¡ He de hablar con usted¡
      -Dígame...
   ( Empezamos bien, aún no me ha enviado a freír monas)
      -Sé que ha visto todo lo que su hijos están haciendo, y me parece bien que usted no les haya puesto límites ni les haya reñido, supongo que es su forma de educarlos, pero cuando han invadido mi espacio, me han agredido con bolas de barro y han saltado por encima de mí como si de un potro se tratase y usted sigue tan tranquilo aquí sentado sin decir ni hacer nada, ni tan sólo pedirme disculpas que sería lo más razonable a mi parecer... 
      - Ya nos vamos.  
Dice el señor del traje de celebraciones en tono seco como si de resaca se encontrara

   Me doy media vuelta y vuelvo a mi rinconcito a intentar reanudar mi equilibrio cuando observo de reojo que el tipo se levanta coge a sus hijos de la mano y se dirige hacia mí.

   - Disculpe señorita, mis hijos le deben una disculpa pero no creo que se encuentren en condiciones para pedirsela y se la pido yo en su nombre, acabamos de enterrar a su madre, y quizá he estado un poco ausente y ellos algo alterados, lamento las molestias que les hayan ocasionado tanto a usted como al resto, ya nos vamos lo siento mucho, disfrute de su libro. 

   Ahora eran ellos los que se alejaban y yo no pude decir palabra...  Me hubiese gustado abrazarlos, pedirles perdón, sentí su dolor y me arrepentí de mi juicio, me sentí diminuta y hasta algo cruel, me cambió el punto de vista y el desvergonzado del traje de celebraciones se convirtió en décimas de segundo en un tío encantador y educado con una pena enorme y con dos hijos estupendos que seguramente eran igual de educados que él y que no sabían como iban a sacar la rabia que sentían por la pérdida de su madre.
   Aquella tarde que me puse los zapatos de la suerte tuvo más valor lo desagradable que lo agradable, me enseñó más la experiencia que los libros que me hubiera podido leer tranquila.

3 comentarios:

  1. LA VIN PRIMA QUE HISTORIA MAS PRECIOSISIMA,ESTOY HAY QUE HABLARLO, UN BESO,SIGUE ESCRIBIENDO

    Carmen

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  2. Charo Samblás González: Espero que sigas escribiendo estos relatos tan buenos, creo que son el comienzo de una gran historia. Besos y gracias por estar siempre ahí.

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