jueves, 17 de marzo de 2011

El despertador amarillo

Había una vez una chica joven y hermosa llamada Daila muy enamorada de su prometido, tenía el cabello largo, castaño aunque con el reflejo del sol tornaba a caoba brillante, usaba tacón alto del 36 y su delgadez casi extrema la hacía frágil a los ojos de los demás, a Daila le gustaba bailar cuando estaba sola, si sentía alguna mirada furtiva sus talones tocaban el suelo y sus piececitos dejaban de revolotear de un lado para otro como por arte de magia, bailando sentía que podía volar y se sentía libre. Trabajaba a media jornada en la emisora de la radio local y lo consideraba el trabajo perfecto porque así le dejaba tiempo para ir al cine o ir de compras y porque adoraba la música.

   Aquel día bailaba en su desván a oscuras, se sentía la mujer más afortunada de la faz de la tierra; a la mañana siguiente su padre la llevaría cogida del brazo al altar para empezar su nueva vida junto a su amado Rudio.

   Rudio era alto, fuerte y viril, trabajaba mucho y aunque no era bién remunerado su trabajo, se sentía satisfecho con lo que hacía, nunca le gustó el colegio y sabía que no podía llegar muy lejos, así que se convencía a sí mismo cada día que era bueno con sus músculos y sabía sacarle provecho. Amaba a Daila pero nunca entendío bien como ella tan hermosa, delicada y perfumada se había fijado en él, siempre con su mono lleno de grasa y sus manos ásperas y agrietadas. Rudio decidió celebrar por su cuenta su despedida de soltero en la barra del bar del pueblo, sólo, sin amigos diciéndole lo afortunado que era todo el tiempo, sin nadie que pudiera hacerle ver que no era merecedor de tan expléndida mujer, bastante tenía con pensarlo él.

   Daila seguía bailando a escondidas, aunque el primer mes de casada no resultó como le había contado su madre, se sentía feliz; le gustaba cocinar y ocuparse de la casa, le gustaba ver la cara que ponía Rudio cuando probaba sus guisos, le salian exquisistos, pues tenía una receta secreta.... los hacía bailando y le ponía mucho amor¡ Ya no trabajaba, Rudio la convención con que pronto vendrían los niños a llenar sus vidas de alegrías.
   Cuando llegaba el anochecer se sentía insegura, no le había encontrado todavía el punto a los momentos más íntimos y se ponía nerviosa cada vez que sentía la mano áspera de Rudio entre sus piernas, todas sus amigas le había contado historias de sensaciones magníficas que les hacían tocar el cielo y ella se conformaba con no terminar muy dolorida, "es cuestión de  tiempo" se decía.

  A Rudio le gustaba tenerlo todo bajo control, y eso también implicaba a su esposa, sentía la necesidad de tenerlo todo bien amarrado y aunque le daba igual donde colocara Daila los manteles limpios, él decidía que lado de la cama quería, donde guardaba sus camisas y en qué orden.


   Al amanecer Rudio se presenta en su alcoba con un regalo para Daila, es su aniversario, Daila abre el paquete envuelto en un bonito papel de flores y se queda sorprendida al descubrir a aquel despertador amarillo, de manecillas, no digital, con dos graciosos ojitos que se movían de un lado para el otro al compas de los segundos, le hizo gracía pensar que el amor de su marido lo simbolizara aquel reloj amarillo.
   Ella no le había comprado nada, le había hecho su cena preferída, una tarta de manzana y preparó un broche especial con su mejor lencería para finalizar el día. Pero Rodio decidió volver a celebrarlo sólo, y cuando llegó a casa se saltó la cena para tomar el broche final sin avisar, y con más dureza de lo habitual. Aquella noche los ojos de su despertador se cerraron y Daila dejó de bailar.

   El despertador pasó a la mesita de noche de Rodio con la excusa de que era él el que madrugaba. Daila sufría por cada puñetazo que se llevaba el pobre despertador cada mañana por cumplir su función, y veía como cada día se deterioraba un poquito más. Ella lo cogía entre sus brazos para mimarlo, repararlo y secarle las lágrimas que le resbalaban, no podía permitir que dejara de funcionar, significaba mucho para ella.

   Aquella mañana Daila se levantó antes que él, le preparó el café bien cargado y se prometío a sí misma terminar con aquella situación. Cuando Rudio se levantó, también lo hizo su brazo derecho con toda su fuerza y la descargó sobre aquel pobre reloj y quedó hecho añicos, porque un mal día lo tiene cualquiera.
  Daila lo desmontó completamente, lo volvió a montar con cuidado, con la suavidad y dulzura que la caracteriza, le secó las lágrimas, le pintó un ojo nuevo sin moratones, le entablilló una manecilla y le dió toda la cuerda que tenía... aguantó la respiración y tras comprobar que sus ojitos se movían al compas de los segundos suspiró aliviando su dolor.

   Aquella mañana hizo su maleta, metío a su despertador en ella, se puso sus tacones y se fué de aquella casa.
   Aquella mañana comprendió que su despertador no simbolizaba el amor que sentía su marido por ella, ya que no entendía como podía tratarlo de aquella manera.
   Aquella mañana mientras caminaba entendío que aquel despertador amarillo simbolizaba su autoestima, su valía, su dignidad... era ella misma y no estaba dispuesta a permitir que lo destrozara. 
   Aquella mañana Daila volvió a bailar.



Nota: Cuento de una madrugada
creado por Lola Centeno




  

12 comentarios:

  1. Guauuuuuuuuuuuu! Hacía tiempo que esta historia te rondaba la cabeza pero me encanta la belleza con la que la has plasmado. Que bien que la hayas compartido. Ay, mi cajita de sorpresas....Muuuuak

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  2. mareeeeeeeeeeeee, que historia mas bien contá, sin dramatismos, pero lo dice toooo!! me encanta, quiero mas!!!

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  3. me enganchó desde la primera letra, que bien contada, que bien mantenida, que buena historia, pa´descubrirse
    3 besos

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  4. jejeje, gracias a todos, me alegra que os haya gustado, este cuento llevaba dando vueltas en mi cabeza un tiempo y por fin le di forma... gracias de verdad.

    Vian bienvenido a mi rinconcillo, me encanta tu blog

    Leamsi espero que estés mejor y haya amainado la tormenta, tres besos de vuelta.

    Esther y María, mucho gusto por sentiros tan cerquita....

    Norah tu opinión era importante gracias.

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  5. Al decir "aquella mañana" das a entender que ya pasó; que el reloj está bien, y que ella baila sin parar.
    Qué difícil es a veces encontrar una mañana como esa.
    Muy bonito.
    Besos.

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  6. Aquella mañana queda lejos, luego vinieron otro tipo de complicaciones pero eso es otra historia...
    Gracias por tu comentario Antifaz, tres besos¡

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  7. Por aquí me tienes, en esta mañana de domingo.

    Ten un buen inicio de semana.

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  8. No quiero dejar de bailar nunca! Me has emocionado.
    Ya sabes, ¡los vellos como escarpias!
    Quiero leerte mas. Un besazo.
    Manoli.

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  9. q bonita esta historia me ha encantado , me estoy enganchando a esto pues me gusta asi q no pares y sigue escribiendo

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